Era de ascendencia india, lo cual no fue un obstáculo para que fuese admitido en el Colegio Militar de Chapultepec, de donde salió, en 1876, con el grado de teniente.
Los primeros peldaños militares los escaló en la Comisión de Cartografía Mexicana, en cuyo servicio empleó más de ocho años de su vida. Pero los entresijos de la vida política, las fidelidades y las traiciones los fue asimilando, a lo largo de los diez años siguientes, en los distintos puestos que ocupó en el seno del Estado Mayor durante la última parte del mandato de Porfirio Díaz.
A las órdenes del general Ignacio A. Bravo, Huerta (cuya afición por la bebida era desmesurada, al decir de sus historiadores) participó primero en la represión de las rebeliones de los indios mayas, en la península de Yucatán, en 1903, y posteriormente, durante varios años, en el sometimiento de los indios yaquis del Estado de Sonora.
En 1910 asumió directamente el mando de la represión de los zapatistas en Morelos y Guerrero. La mezcla de violencia, brutalidad y traiciones con que se empleó en las campañas contra los indígenas dan la medida del talante autoritario y mezquino del futuro presidente usurpador de México, dado que por sus venas corría sangre india. Como recompensa por los servicios prestados fue ascendido al rango de brigadier general.
La crisis del porfiriato, tocado de muerte en la campaña antirreeleccionista de Madero, lo llevó a participar en una conspiración contra el régimen, no sin antes solicitar la baja del ejército, aunque ésta le fue denegada, y, gracias a su pragmatismo, se convirtió en pieza clave de la comisión que había de acompañar al dictador Díaz al destierro.
Durante la interinidad de León De la Barra y hasta el nombramiento del presidente Francisco I. Madero, Huerta se dedicó a combatir con saña y tenacidad a los seguidores de Emiliano Zapata que defendían los principios del Plan de Ayala, por el que se debían devolver a los indígenas las tierras que les habían sido arrebatadas durante el "porfiriato".
Tras ocupar Francisco Madero la Presidencia de la República en noviembre de 1911, el general Huerta decidió abandonar la milicia, pero posteriormente fue convencido para continuar la lucha contra los revolucionarios orozquistas y zapatistas. Poco después de que el levantamiento de Pascual Orozco fuera derrotado, por sus conexiones reaccionarias y por el bloqueo en el suministro de armas con destino a los antimaderistas impuesto por el gobierno norteamericano, el general Huerta y el ejército se convirtieron en la base principal de la continuidad de la presidencia de Madero.
En Torreón formó la División del Norte y estuvo a punto de fusilar a Pancho Villa, derrotando a los orozquistas en Conejos, Rellano, La Cruz y Bachimba. En septiembre, Madero lo nombra secretario de Guerra en la capital de la República y consigue derrotar una nueva rebelión.
Sin embargo, el 9 de febrero de 1913 estalló una segunda sublevación dirigida por los generales Reyes y Mondragón, que había de cambiar definitivamente el destino de México.
Tras asaltar la Penitenciaría y liberar al general Félix Díaz, Huerta, que había fingido estar a favor de la presidencia legal de Madero, fue nombrado por éste Comandante Militar de Ciudad de México, en sustitución del general Lauro Villar, muerto en los combates de la Decena Trágica.
Pero Huerta preparaba desde esta posición la traición que le ha hecho pasar a la historia. Tras reunirse en secreto contra los conspiradores primero y con el embajador de Estados Unidos Henry Lane Wilson después (convertido el embajador norteamericano en artífice siniestro del llamado Pacto de la Ciudadela o de la Embajada, como de las dos maneras se le conoce), Huerta diseñó un plan para impedir que llegaran los refuerzos de Felipe Ángeles a la capital y dio un golpe de Estado.
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